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Domingo 23 de Noviembre de 2025

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23/11/2025

Cafetines de Buenos Aires: historias breves del “antro” que fue un burdel portuario y mantiene la autenticidad de los años sesenta

Fuente: telam

The Marine Bar ocupa la Avenida Juan Díaz de Solís y el Pasaje Coronel Dreyer en Dock Sud. En 1960 había quince bares similares en la zona: solo uno resistió a la transformación de la ciudad. Entre reliquias náuticas y platos caseros, se convirtió en refugio de camioneros, vecinos y trabajadoras sexuales. Una visita a un escenario único que guarda secretos y memorias

>Por tercera vez desde que escribo estos relatos salgo de los límites de la ciudad. En esta oportunidad, me trasladé unos pocos kilómetros de mi casa en La Boca. Pero con el cruce del Riachuelo mediante porque hoy vengo a contar la historia de un bar portuario de Dock Sud: The Marine Bar.

Durante una semana fuimos a diario hasta el Doque. Siempre tras una imagen espontánea de vida cotidiana. En cada esquina tenía la ilusión de toparme con un boliche que representara la vida portuaria del siglo XX. Cuando me estaba ganando la desilusión, en una de las tantas vueltas, terminamos frente al canal Dock Sud. Era por ahí. Por supuesto. Mi sueño se materializó y no era un espejismo. En la esquina de la Avenida Juan Díaz de Solís y el Pasaje Coronel Dreyer, cerrado pero de pie, me topé con un auténtico bar portuario. Un soberano “antro”: The Marine Bar.

De regreso a las calles principales del barrio, comencé a preguntar en todos los comercios algún dato que me permitiera visitar ese templo. Lo conocían todos. Por lo que me fue fácil dar con el nombre y el domicilio de su dueño: Mario. Y fui por él.

The Marine Bar data de 1920. Los primeros dueños fueron de origen alemán. Le pusieron un nombre en inglés para empatizar con los marinos de ultramar que venían por las vacas del Frigorífico Anglo ubicado en la cercanía. Dock Sud supo ser el territorio donde proliferaron industrias y talleres de todo tipo: al mencionado Anglo hay que agregarle La Blanca, la jabonera Lever Hnos, la papelera Chiozza, la fábrica de ventiladores Thot, la fábrica de cocinas Dauco, los talleres navales Príncipe y Menghi y Dodero, la Compañía Química, las usinas Italo y la Chade, y la aceitera Dock Oil. Sus empleados se entremezclaban con la tripulación de los buques de ultramar en los bares sobre el Riachuelo. Otro país. Dock Sud llegó a tener, en los años sesenta del siglo XX, unos ciento cincuenta bares y restaurantes. Entre diez y quince eran bares similares a The Marine. Toda esta información me la contó Mario, un veterano de casi 80 años, dentro del bar.

Esa primera visita a The Marine Bar fue mágica. Al abrirse la puerta, la luz irrumpió en el salón como cuando la dejamos entrar al dormitorio por las mañanas. Sentí el silencio y creí ver fantasmas huyendo por la trastienda.

Mario iba abriendo ventanas y contándome historias a cada paso. Era genovés. Propietario del lugar desde 1960. Con una sonrisa solapada describía su negocio sin ocultar el pasado prostibulario y lumpen. The Marine Bar fue un burdel con veinticinco coperas trabajando en simultáneo. El bar disponía de dos piezas para sus menesteres. Y cuando éstas estaban ocupadas, otras meretrices trabajaban arriba de los buques. La salud del personal estaba al cuidado del doctor Siski, médico de la Isla Maciel. Todas las semanas se daba una vuelta por el bar para revisar a las trabajadoras sexuales. Había que impedir que brotara la sífilis.

El inventario de sucesos ocurridos dentro del boliche también documentaba varias peleas de arma blanca y tiroteos. Los heridos eran arrojados a la calle para despejar el salón y no importunar a la clientela. Mientras narraba, Mario se arremangó la camisa para certificar la veracidad de las historias a modo de heridas cicatrizadas que persistían en los antebrazos.

Visité The Marine Bar dos o tres veces más luego de la pandemia a modo de fe de vida. ¿Pero entonces The Marine Bar sigue funcionando? Por supuesto. Es un verdadero milagro. Como increíble que el municipio de Avellaneda, la provincia de Buenos Aires, la Administración General de Puerto o la Nación Argentina no lo haya catalogado monumento histórico y patrimonio cultural. No existe en La Boca, tampoco en Barracas, mucho menos en Puerto Madero, un bar portuario tan genuino y en estado original. La ciudad de Buenos Aires, que nació siendo un puerto, no tiene nada igual.

Alejandra Carrizo nació en la Isla Maciel. Hoy vive en el Doque. Es hija de un estibador que, en sus ratos libres, hacía rancho en The Marine. Los hermanos varones de Alejandra también son estibadores. Son las 11 de la mañana. Pido un café. No hay. The Marine Bar no tiene cafetera. El error fue mío. Está claro. Ordeno una ginebra entonces y sigo la charla con Alejandra. El bar abre de lunes a viernes de 10 a 16. Su clientela actual son camioneros, algunos filipinos, vecinos del Doque, directivos de empresas y también vecinos de barrios sureños de Buenos Aires. Por ejemplo, un francés con un importante local en el Mercado de San Telmo que cuando sus padres u otro familiar llega de visita al país los lleva a The Marine Bar para comer “la mejor milanesa argentina”. Otros platos de la carta son el escalope con ensalada rusa, pollo al disco o arrollado de matambre.

En 1970 el grupo Manal grabó en su álbum homónimo la canción Avellaneda blues. La lírica la escribió Javier Martínez. Algunos versos decían así: “Sur y aceite, barriles en el barro, galpón abandonado. Charco sucio. El agua va pudriendo un zapato olvidado. Un camión interrumpe el triste descampado. Luz que muere. La fábrica parece un duende de hormigón y la grúa su lágrima de carga inclina sobre el Dock. Un amigo duerme cerca de un barco español”. Por entonces, Mario era un muchacho de treinta y pico que llevaba diez años al frente de un pingüe negocio.

¿Se dan cuenta todo lo que pasó en el país desde entonces?

¿Qué más tiene que pasar antes de que vayan a conocerlo?

Fuente: telam

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