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25/01/2025

El “otro” Napoleón: gobernó Francia durante 20 años y la transformó, pero se lo quiso borrar de la historia

Fuente: telam

El París que hoy conocemos es obra suya; los obreros le deben el derecho de huelga, y el país, su industrialización. Pero la prolija obra de sus detractores -Marx entre ellos- prácticamente borró su firma de ese legado. ¿Fue el imperio del sobrino del Gran Corso tan sólo una farsa?

>¿Cuántos responderían “Napoleón III” a la pregunta de quién fue el primer presidente de Francia elegido por sufragio universal?

¿Por qué se habla del París Haussmaniano en referencia a su remodelación, cuando todo eso fue iniciativa y diseño de Luis Napoleón Bonaparte, que contrató al Barón Haussman como ejecutor de su proyecto?

El sobrino de Napoleón el Grande estuvo lejos de tener la talla política de su tío, sin embargo también la suya fue una vida de novela. El gobierno que lo sucedió -que se autopercibía democrático- lo llenó de oprobio y lo pintó como un dictadorzuelo autoritario, sanguinario y déspota, cuando las masacres que sucedieron a las revueltas obreras de 1948 -5000 muertos- y a la Comuna de 1971 -20 mil muertos- fueron obra de estos “republicanos” anti bonapartistas; en cambio, el emperador caído, cuya memoria pisoteaban hizo gala de bastante sensibilidad social durante su mandato.

Carente de la brillantez del Napoleón más famoso, sí demostró tener voluntad y constancia. Desde joven se propuso como objetivo la restauración del Imperio -concluido en 1815- y nunca cejó en ese propósito. Fue un conspirador nato. Integró sociedades secretas y promovió levantamientos militares, pero el destino quiso que volviera un Bonaparte al poder de Francia por una vía totalmente impensada para el autócrata que sus detractores dicen que fue: un aplastante triunfo en las primeras elecciones presidenciales por sufragio universal celebradas en Francia en 1848.

Carlos Luis Napoleón Bonaparte -tal su nombre completo- tenía un doble parentesco -de sangre y político- con Napoleón Bonaparte y a la vez es posible que no tuviera ninguno.

Pero el matrimonio -forzado- de Hortensia con Luis Bonaparte fue desgraciado desde el principio y ella tuvo más de un amante holandés. Nacieron 3 hijos durante esa unión. Con excepción del primero, casi nadie creía que los otros dos hijos de Hortensia fuesen de Luis. Por lo que siempre pesó sobre Napoleón III el rumor de que era bastardo. Fuese como fuese, el destino, y su voluntad, lo convirtieron en potencial sucesor de su tío. Potencial e improbable, ya que casi nadie hubiera creído que llegaría alguna vez a dirigir los destinos de su patria.

En 1815, cuando concluye el Primer Imperio, Luis, 7 años, parte al exilio en Suiza con su madre. Desde temprano mostró vocación por la política y en particular por el complot para la toma del poder. Era el espíritu del tiempo. Su primera experiencia fue en 1830 en Italia, cuando con 22 años ingresó a una organización secreta -carbonarios-.

Los dos hermanos mayores de Luis Napoleón habían fallecido. Poco después, en 1832, la muerte por tuberculosis de Napoleón Il, único hijo legítimo de su tío, lo convierte en jefe de hecho del partido bonapartista, una fuerza que por entonces tenía escasísima influencia. Eran los tiempos del reinado de Luis Felipe de Orleáns, monarquía constitucional instaurada en 1830 y que contaba con el apoyo de la burguesía. No había espacio para otro partido del orden.

Pero en julio de 1840, Adolphe Thiers, presidente del Consejo, le sugiere al rey Luis Felipe que repatríe los restos de Napoleón desde Santa Elena como operación de propaganda.

El traslado del féretro hacia el panteón en los Inválidos se convierte en una ceremonia masiva y muy popular que tiene lugar el 15 de diciembre. La multitud corea: “¡Viva el Emperador!”

“Nunca abandonará esas sinceras preocupaciones”, dice el profesor de Historia Alban Dignat, en la revista Pero el cautivo decide finalmente huir. Sus condiciones de detención eran bastante laxas y un disfraz de obrero le bastó para engañar a los guardias.

La Revolución de febrero del 48 derriba la monarquía y proclama la Segunda República. Luis Napoleón presenta su candidatura en las elecciones legislativas. El 4 de junio es electo diputado. “Sus votantes pertenecen a los nostálgicos del Imperio (poco numerosos), los defensores del orden y de la propiedad, pero también los marginados de la revolución industrial, sensibles a las ideas sociales del sobrino de Napoleón el Grande”, dice Alban Dignat.

Esto genera un quiebre entre la clase obrera y los republicanos moderados que será aprovechado por Bonaparte, quien se presenta ante los sectores populares como un reformador social, receptivo a sus reclamos, y ante los burgueses como un representante del orden.

Es entonces cuando un célebre diputado, el poeta Alphonse de Lamartine, propone elegir un Presidente para la República mediante sufragio universal, por un período de 4 años sin reelección.

El 10 de diciembre de 1848 el resultado electoral sorprende a todos. Favorecido evidentemente por el prestigio unido al nombre de su tío, Luis Napoleón arrasa con casi 5,5 millones de votos, mientras que el candidato que le sigue obtiene apenas 1 millón 448 mil.

Luis Napoleón es un outsider, un candidato antisistema. Sus votantes son de diferentes sectores sociales, obreros, campesinos, burgueses, y de diferentes sensibilidades políticas: socialistas unos, conservadores otros.

Un ejemplo de estas medidas impopulares es la supresión, el 31 de mayo de 1850, del sufragio universal y la vuelta al voto censitario. Son 3 millones menos de votantes de clases populares.

Finalmente, ante la imposibilidad de competir por otro mandato en las elecciones previstas para marzo de 1852, el 2 de diciembre de 1851, Luis Napoleón da un golpe -autogolpe en realidad pues era el presidente- y proclama el Imperio. Lo que sus detractores no dicen es que esta decisión de Napoleón se adelantó al proyecto de restauración monárquica que promovían otros congresistas, con Thiers a la cabeza. La República tenía de todos modos los días contados.

El 20 diciembre de 1851, el flamante Emperador organizó un plebiscito, con sufragio universal, en el cual la aprobación al golpe se impuso con 7 millones 400 mil voto.

Es la época del surgimiento de los “grandes almacenes”: el Bon Marché, en 1854, las Grandes Tiendas del Louvre (1855), Au Printemps y La Samaritaine (1865).

Pese a la censura, sobre todo inicial, la vida cultural fue floreciente. Proliferan grandes escritores, como Gustave Flaubert, Guy de Maupassant y Émile Zola, entre otros.

El Emperador también sentó las bases de un nuevo imperio colonial (Senegal, Camboya, Cochinchina, Nueva Caledonia), que la Tercera República que lo sucede -y estigmatiza- se dedicará con entusiasmo a ampliar, sin pruritos del estilo que exhiben hoy sus sucesores con patéticas escenas de arrepentimiento extemporáneo.

Amnistía a opositores y liberalización de la prensa a partir de 1865. Y un cuerpo legislativo en el que la oposición obtendrá el 45 % de los votos en 1869.

También se veía acechado por el amenazante ascenso de Prusia.

Víctor Hugo fue uno de los principales detractores de Napoleón III. Desde el exilio no abandonó nunca sus diatribas e ironías - “chacal de sangre fría”, “¿porque tuvimos a Napoleón el Grande, tenemos que tener a Napoleón el Pequeño?” El escritor era republicano, pero su inquina venía de lejos: había apoyado la candidatura presidencial de Luis Napoleón y tenía la expectativa de ser ministro, pero fue ignorado.

Luego está la famosa frase de Karl Marx, en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”: “Hegel dijo que la historia se repite; olvidó decir que la primera como tragedia y la segunda como farsa”.

Hubo algunos arrepentidos: Emile Zola, que así lo explicó: “... yo veía en el sobrino del gran Napoleón a un bandido, al ladrón nocturno [que] había prendido su lámpara con el sol de Austerlitz. Caramba, crecí con las furias de Víctor Hugo: Napoleón el pequeño era para mí un libro de historia de una verdad absoluta (...). Pero no, el Emperador fue un buen hombre, acechado por sueños generosos, incapaz de una mala acción, muy sincero en la inquebrantable convicción que lo llevó a través de los acontecimientos de su vida…” (citado por Philippe Séguin, en Louis Napoléon le Grand, 1990).

El propio Haussmann lo dice en sus Memorias: “El Emperador se apuró en mostrar un plano de París en el cual se veían trazados por él mismo -en azul, rojo, amarillo y verde según su grado de urgencia- las diferentes vías nuevas que se proponía hacer ejecutar”.

Dos de los parques más lindos de París, ubicados uno al noreste (Parc des Buttes-Chaumont) y otro al sur (Parc de Montsouris) deben su existencia a la expresa voluntad de Napoleón III de crear sitios de recreación para las clases populares. Ambos están en zonas excéntricas de la ciudad que en aquel entonces eran intransitables por ser antros de maleantes y prostitutas.

Cuando no se puede eludir la autoría de esta remodelación, se le atribuyen motivaciones inconfesables: había que ampliar las avenidas para que pasaran con más facilidad las tropas que iban a reprimir a los obreros e insurrectos, dice la izquierda… pero la represión fue en realidad obra de las repúblicas, IIa y IIIa.

Tras la derrota de Sedan, no fue muy difícil convertir al Emperador en el chivo expiatorio de todos. Ninguna responsabilidad fue atribuida a los jefes militares ni mucho menos a los congresistas que trabaron la modernización y reequipamiento del ejército, mientras la Prusia de Bismarck hacía lo opuesto. Algo similar le sucedería a Charles de Gaulle en la entreguerra: todas sus advertencias y propuestas para el reequipamiento en defensa cayeron en saco roto y, desatada la guerra, los alemanes cruzaron la línea Maginot como en un paseo.

A su muerte, un diario titula: “La leyenda napoleónica está terminada. Se vuelve de Santa Elena; no se vuelve de Sedan” (11/1/73, Le Rappel).

La Comuna había incendiado las Tullerías, palacio asociado a Napoleón III. Pues bien, sus cimientos fueron demolidos a pesar de que todos los expertos decían que era muy factible su reconstrucción. Una práctica de desmemoria que evoca la demolición en Buenos Aires del hermoso Palacio Unzué -donde se alza hoy la espantosa Biblioteca Nacional- por el solo hecho de que allí vivieron Juan Perón y Eva Duarte.

A los francesitos se les enseña que Napoleón III era malo. Lo positivo de su imperio es deliberadamente ocultado, “invisibilizado”, como se dice hoy. A muchos historiadores -y patriotas- franceses les duele esta relación incómoda que tiene Francia con su pasado.

Mientras los checos organizaban “una gran cita con Napoleón”, “Francia -escribió Nora- cancelaba su presencia, se hacía chiquita, mandaba excusas, se escondía de las miradas”.

En 2021, al cumplirse los 200 años de la muerte de Napoleón Bonaparte en Santa Helena, Jean d’Orléans, descendiente directo del rey Luis Felipe, dijo: “La epopeya napoleónica forma parte de nuestra historia y contribuyó a forjar nuestra conciencia nacional, sean cuales sean sus zonas oscuras”.

Fuente: telam

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