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09/11/2024

La fabulosa vida de Hedy Lamarr: hizo el primer desnudo y orgasmo actuado del cine y anticipó al Wi-Fi y al Bluetooth

Fuente: telam

La actriz e ingeniera vocacional tuvo una vida de película. En su país natal, su actuación en el film Ektase despertó polémica por lo audaz. Se casó con un fabricante de armas y amigo de Hitler y Mussolini que la celaba hasta el secuestro. Huyó a Estados Unidos y fue una celebridad de Hollywood. Durante la guerra ideó un sistema para guiar proyectiles por control remoto, tecnología en que se basaron las comunicaciones inalámbricas

>Fue un trueno y así pasó por la vida: estruendosa, bella, temida, admirada y recelada, como una gran tormenta. Fue un trueno escondido en un improbable cielo azul vigilado por angelitos regordetes: la salvó su belleza y su audacia. Y un genio de inventora que se nutría de su pasión por la ingeniería y que aplicó al desarrollo armamentista en los años de la Segunda Guerra Mundial. El resto, igualaría los versos de Antonio Machado para Don Guido, aquel que fuera “de mozo muy jaranero, muy galán y algo torero, de viejo gran rezador”.

Aquella muchacha desamparada huyó de aquel mundo de terror y de aquel esposo con espíritu criminal con un arrojo, una intrepidez y una valentía digna del cine de aventuras más bravío; fue a parar por milagro a Londres y a las manos, nunca mejor dicho, de Louis Mayer, el dueño de la Metro Goldwyn Mayer; de su mano llegó en 1938 a Estados Unidos y reinició una carrera en el cine en la que sobresalió por su hermosura, pero no mucho más. En medio de ese vendaval, desarrolló su genio de inventora y creó y patentó un sistema de guiado de armas y proyectiles por control remoto, mediante señales de radio de frecuencia alterada, suena a chino mandarín, que era muy útil pero fue poco utilizado durante la Segunda Guerra Mundial; el sistema habilitó luego la posibilidad de comunicaciones inalámbricas a larga distancia y fue la cuna de lo que hoy conocemos como procedimientos Wifi y BlueTooth.

Hedy Lamarr nació como Eva María Kiesler el 9 de noviembre de 1914 y en Viena, Austria, que por entonces, créanlo o no los amigos de los símbolos, hacía poco más de tres meses que estaba metida hasta las cejas en la Primera Guerra Mundial. Fue la hija única de un matrimonio judío, laicos ambos, Su mamá era húngara y concertista de piano; y el papá director de bancos: un hogar de clase alta que le forjó el camino de la educación formal y la de los sentimientos: a los once años, Hedy Lamarr, que no se llamaba así, dominaba el piano, la danza y hablaba cuatro idiomas.

La película se estrenó el 18 de febrero de 1931, diecinueve días después de que Adolfo Hitler fuese designado canciller del Reich. Lo que estaba por venir iba a terminar con gran parte del desarrollo artístico europeo, a gran parte de esa cultura Hitler la llamó “arte degenerado”, y en vez de ahondar en la cultura, Alemania y Europa cavaron trincheras. La historia de “Éxtasis” persiguió de alguna forma a Hedy. Friedrich Mandl, un magnate de la industria armamentista, se sintió flechado por la actriz, que en 1933 tenía diecinueve años, y arregló con los padres de Hedy un casamiento con el que, al parecer, Hedy estuvo en contra. Muchos años después, cuando Hedy fue Lamarr, habló de esa parte de su vida como “años de esclavitud”. Lo fueron.

Mandl, como el marido de ficción en “Éxtasis”, tenía treinta y tres años, catorce más que Hedy, era proveedor de municiones y aviones de combate de Hitler y del dictador italiano Benito Mussolini: era amigo personal de ambos según contó Lamarr en sus memorias. Se casaron el 10 de agosto de 1933. Él intentó sin mucho éxito comprar y sacar del mercado todas las copias de la peli en la que su ahora mujer aparecía desnuda. Era un tipo muy celoso, que la obligaba a acompañarlo en todos sus viajes y compartir todas sus cenas de negocios; la encerraba en casa y la sometía a un estricto control por parte de sus guardaespaldas y de su servicio doméstico; hizo que abandonara su incipiente carrera en el cine y, Lamarr dixit, ella sólo podía desnudarse incluso para un baño ante su marido.

El calvario duró cuatro años. En ese lapso Hedy hizo dos cosas: aprovechó el aislamiento inducido para proseguir sus estudios de ingeniería, una pasión de adolescente, y aprovechó las tediosas reuniones de negocios de su esposo para entrever los secretos de la tecnología armamentista de la época. En 1937 por fin Hedy huyó de Mandl. La historia del escape también es de cine y tiene dos versiones. La primera dice que en una de las cenas de negocios de Mandl, Hedy se deslizó por una de las ventanas del baño del restaurante y escapó en auto hacia la estación de trenes con la idea de llegar a París. Escapó con lo puesto y algunas joyas escondidas en sus ropas y en su maletín. La siguieron, sin éxito, los guardaespaldas de su marido. La segunda versión de la historia la contó Lamarr en sus memorias. Hedy había iniciado un romance con su asistenta, otra muchacha de su edad a quien, en un momento de íntima confianza, le dio un somnífero y escapó de la casa de Mandl con la ropa de la muchacha dormida. Lo que no cambia en el relato es el seguimiento de los gorilas de Mandl y la llegada exitosa de la fugitiva a la estación y al tren que la puso en París con gran parte de sus joyas. De película.

Hedy, que estaba a punto de ser Lamarr, vivió un tiempo en París, aquel mundo se acercaba a la guerra con velocidad suicida, hasta que viajó a Londres porque pensó que su carrera actoral podía tener más desarrollo allí. Lo que nació en la capital británica en cambio fue una intensa relación con Louis Mayer, el empresario dueño de la Metro Goldwyn Mayer (MGM) con quien, además, estableció un vínculo comercial. Él le ofreció trabajo en la MGM, incluido el viaje a Estados Unidos, por ciento veinticinco dólares semanales, lo que a Hedy le pareció una paparruchada. Así que logró trepar al transatlántico en el que Mayer regresaba a New York, el “Normandie”, y cuando el buque atracó en el puerto de llegada, el arreglo con el señor MGM era de quinientos dólares semanales bajo un nuevo nombre artístico: Hedy Lamarr. Mayer se lo había sugerido a modo de homenaje a una estrella del cine mudo, Barbara Le Marr, que había sido su también amante. De esa forma, Hedy Lamarr pisó suelo estadounidense a sus veinticuatro años, no sólo con un nombre nuevo, sino con un contrato por siete años con la MGM.

Igual destacó en Hollywood con varios éxitos: “Lady of the Tropics” (1939), y con “I Take This Woman” (1940). Filmó con el famoso King Vidor en “Camarada X” y en “Cenizas de amor”. Protagonizó otros éxitos como “Noche en el alma” en 1944, “Pasión que redime”, en 1947 y su gran éxito bajo la batuta del gran Cecil B. DeMille: “Sansón y Dalila”, con Víctor Mature en el papel del forzudo bíblico. Por alguna razón poco conocida, o desconocida, Hedy Lamarr rechazó actuar en dos películas que serían célebres y que le darían fama eterna a Ingrid Bergman: “Casablanca”, de Michael Curtiz y “Luz de gas”, de Thorold Dickinson. También se quedó al borde de ser la Escarlata de “Lo que el viento se llevó”, de Víctor Fleming, papel en el que deslumbró Vivien Leigh.

Tal vez Hedy Lamarr tenía otros planes para su vida. En 1941, con medio mundo envuelto en la Segunda Guerra y Estados Unidos en preparativos para entrar en ella, Lamarr se interesó por la seguridad militar de su país de adopción del que se hizo ciudadana en 1953. Se decidió a desarrollar una idea que deambulaba en su mente de ingeniera vocacional cuando, el 17 de septiembre de 1940, el submarino alemán U-48 hundió al buque británico “City of Benarés”, cargado de refugiados: murieron ochenta y siete chicos y ciento setenta y cinco adultos que habían sido evacuados de los países europeos dominados por los nazis, en especial de Polonia y de Francia.

El sistema experimental del guiado de proyectiles por control remoto y mediante mensajes de radio, un mundo recién nacido, era eficaz pero tenía dos grandes dificultades. Era un sistema vulnerable porque los “mensajes” de radio eran largos y podían ser detectados por el enemigo. Había más dificultades de orden técnico, no es intención de estas líneas ni revelarlas ni explicarlas, pero esas señales que guiaban a los torpedos, por ejemplo, podían ser interferidas y anuladas; incluso un enemigo astuto podía identificar el sitio desde donde se transmitía la señal y destruirlo. La segunda dificultad radicaba en que las señales podían ser afectadas por fenómenos naturales: accidentes geográficos, meteorológicos, atmosféricos.

El sistema ideado por Hedy Lamarr, la mujer más bella del mundo, la actriz inventora, constaba en enviar esas mismas órdenes radiales que guiaban torpedos y hasta naves y aviones, fraccionándolas en pequeñas partes: pedacitos de transmisiones de radio que se transmitían una a una cambiando la frecuencia cada vez. Así, los tiempos de transmisión eran más cortos, espaciados de forma irregular e imposibles de recomponer si el destinatario del mensaje no conocía el código del cambio de canales de frecuencia. Un sistema criptográfico, pero por radio.

Lamarr tuvo la suerte de conocer en una cena al pianista y compositor americano George Antheil, un tipo inmerso en los entonces famosos movimientos dadaístas y futurista. El tipo combinaba pianos automáticos, de aquellos que tocaban solos si los cargabas con una partitura de papel o cartón perforada para que un engranaje disparara las teclas. El 4 de octubre de 1923, Antheil había montado en el Teatro de los Campos Elíseos de París, su obra “Ballet Mécanique”, La “orquesta” del ballet estaba integrada por dos pianos, dieciséis pianolas sincronizadas, tres xilofones, siete campanas eléctricas, tres hélices de avión y una sirena. Y ningún músico, claro: era todo mecánico. A Antheil lo apoyaron en la experiencia celebridades como Erik Satie, Jean Cocteau, Man Ray y James Joyce. Y estrenó. Tuvo suerte de salir vivo del teatro. El público arrancó las butacas y las arrojó al foso de la orquesta mecánica y, de paso, buscó al autor de la obra para conversar con él, tal vez de manera poco amable. Antheil intentó lo mismo un año después en el Carnegie Hall de New York, consiguió otro notable fracaso y, de ahí en más, se dedicó a componer y arreglar bandas de sonido.

El 10 de junio de 1941, seis meses antes del ataque japonés a Pearl Harbor y de la entrada de Estados Unidos en la guerra, Lamarr y Antheil patentaron el “Secret Communication System”, patente que les fue concedida el 11 de agosto de 1942, cuando Estados Unidos ya estaba en guerra con Japón y Alemania.

Con los años, los adelantos técnicos y, en 1957, con el nacimiento del transistor, las fuerzas armadas estadounidenses hicieron realidad el invento de Lamarr. Se usó por primera vez durante la crisis derivada del emplazamiento de misiles soviéticos en Cuba, en octubre de 1962; Estados Unidos empleó la conmutación de frecuencias radiales para el control remoto de boyas rastreadoras durante la guerra de Vietnam y, más adelante, la técnica se usó en el sistema de defensa por satélites, hasta que incluso fue adaptado al uso cotidiano de telefonía de tercera generación, como Wifi y BlueTooth. Para abreviar, en Austria se celebra el día del inventor cada 9 de noviembre: es el día del nacimiento de Hedy Lamarr, que no se llamaba así, sino Hedwig Eva María Kiesler. En 1997, Lamarr y George Antheil fueron honrados conjuntamente con el Premio Pioneer de la Electronic Frontier Foundation y Lamarr también fue la primera mujer en recibir el Premio Bulbie Gnass Spirit of Achievement de la Convención de Invención, conocido como el Oscar de los inventos.

Lamarr siempre dijo que su hijo “adoptado”, James Lamarr Markey Loder, no tenía ninguna relación biológica con ella y que había sido adoptado durante su matrimonio con Markey. Pero, años más tarde, James encontró documentación que aseguraba que fue concebido por Hedy, fuera del matrimonio con John Loder, que sería su tercer marido. La actriz se distanció de su hijo cuando el chico tenía doce años y ambos no se hablaron en los siguientes cincuenta años. Ella lo dejó fuera de su testamento y él demandó tres millones de dólares por el control de patrimonio que su madre dejó al morir, en 2000.

Sus relaciones, antes fructíferas, con MGM terminaron ásperas y ruidosas. En 1965 firmó un contrato por 200.000 dólares para publicar sus memorias con la Metro. La productora pidió a dos escritores, Leo Guild y Cy Rice, que pusieran en forma de libro la transcripción de más de cincuenta horas de conversaciones y confidencias con la actriz. El resultado puso furiosa a Lamarr que intentó, sin éxito, detener la publicación. A gusto o a disgusto, es el único documento que cuenta su atormentada historia. En 1966 la arrestaron en Los Angeles por hurto, aunque luego, de acuerdo a la ley del Estado, “los cargos fueron retirados”. Quien estaba retirada ya de la vida artística era Hedy Lamarr. Durante los años 70 le ofrecieron varios proyectos para volver al cine y los rechazó a todos. En 1974 demandó por más de diez millones de dólares a la Warner Bros porque la empresa había usado su nombre en la comedia “Blazin Saddles”, lo que, argumentó, hería su privacidad: llegaron a un acuerdo extrajudicial por una suma nunca revelada y una disculpa de la Warner por, una sutileza graciosa, “haber usado casi su nombre”.

Murió el 19 de enero de 2000 en Casselberry, Florida. Fue su corazón amplio y acaso inexplorado quien dijo basta. Tenía ochenta y cinco años. George Antheil, su amigo, pianista y coautor del invento para guiar proyectiles por radio, dijo que Lamarr había sido, “Una increíble combinación de ignorancia infantil y tremendos destellos de genio”. Lamarr pidió, a modo de última voluntad, que parte de sus cenizas fueran esparcidas en los bosques de Viena, a los que tan bien retrató en su música Johann Strauss: todo vienés lleva un vals de Strauss en su ADN. También pidió que el resto de sus cenizas fuesen reservadas y entregadas al consistorio vienés para que fueran enterradas en un memorial que llevara su nombre. Todo se cumplió paso a paso: las cenizas fueron esparcidas en los bosques de Strauss, el resto fue enterrado en la tumba honoraria del Cementerio Central de Viena, Grupo 33 G, tumba número 80.

¿Quién otro iba a hacerlo sino él?

Fuente: telam

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