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31/10/2024

Los crímenes del Petiso Orejudo, el primer asesino en serie de Argentina: víctimas que apenas caminaban y métodos escabrosos

Fuente: telam

Nacido el 31 de octubre de 1896, Cayetano Santos Godino comenzó a matar cuando aún no había cumplido 10 años y siguió haciéndolo hasta que lo descubrieron, a los 16. Los elegidos siempre fueron niños menores que él, en la calle y los llevaba con engaños a lugares aislados

>Cayetano Santos Godino llevaba 21 años en el penal de Ushuaia cuando murió en el hospital de la cárcel víctima de una hemorragia interna que los médicos no pudieron – o quizás no quisieron – controlar. Así y todo, era un milagro que hubiera sobrevivido tanto tiempo, porque nadie quería al Petiso Orejudo en la “cárcel del fin del mundo”, donde estaba confinado por la justicia como si así pudieran olvidarse los crímenes con los que había horrorizado a la sociedad.

Los diarios y revistas de la época en que cometió esos crímenes – las dos primeras décadas del Siglo XX – no escatimaban adjetivos para calificarlo: bestia, hiena, monstruo, idiota, imbécil, inhumano, degenerado, repugnante, fiera, abominable. Nunca hasta entonces jueces, policías, criminólogos y psiquiatras se habían topado con un caso como el del Petiso Orejudo.

Las autoridades y los médicos del penal de Ushuaia tampoco sentían el más mínimo aprecio por él. Por eso los jefes penitenciarios autorizaron una y otra vez a los facultativos para que lo usaran como ratón de laboratorio en experiencias “científicas” que consistían, por ejemplo, en achicarle quirúrgicamente sus prominentes orejas para comprobar si así se podían controlar sus “instintos criminales”.

La madrugada del 11 de noviembre de 1944 tuvieron que llevarlo de urgencia desde su celda hasta la enfermería después de encontrarlo tendido en el suelo con escupitajos de sangre en la boca. Sufría una hemorragia interna masiva que los médicos adjudicaron a una úlcera gastrointestinal. De eso, dijeron, murió. Esa fue la versión oficial, porque en los pasillos de la cárcel se decía otra cosa: que sangraba por dentro después de una golpiza brutal que le propinaron varios presos cuando descubrieron que el Petiso había estrangulado al gato que tenían como mascota.

Era lo único que quedaba de Cayetano Santos Godino, el primer asesino en serie registrado en la historia criminal de la Argentina, que además era un niño asesino en serie de niños.

Cayetano Santos Godino nació en Buenos Aires el 31 de octubre de 1896. Era hijo de Fiore y Lucía Godino, un matrimonio de calabreses llegados a Buenos Aires en 1884. Su llegada al mundo no fue de lo mejor: casi murió en el parto y tuvo siempre una salud endeble, quizás agravada por el ambiente del hogar en que iba creciendo. Su padre, alcohólico y con síntomas de demencia provocados por una sífilis contraída años antes, golpeaba a su madre constantemente y muchas veces el pequeño Cayetano recibía su parte. También lo golpeaba su hermano mayor, Antonio, otro chico torturado que, además, sufría frecuentes ataques de epilepsia. Por esos años Cayetano estuvo varias veces al borde de la muerte, debido a una enfermedad estomacal – probablemente una enteritis – mal tratada por los médicos.

A Cayetano le faltaba un mes para cumplir los 8 años cuando cometió su primer crimen, una agresión que no terminó en asesinato por casualidad. El 28 de septiembre de 1904 encontró en la calle a Miguel Depaola, un nene de dos años, y lo llevó engañado hasta un baldío cercano, donde lo golpeó y lo arrojó sobre un montón de espinas. Lo estaba golpeado nuevamente cuando los gritos de la pequeña víctima alertaron a un policía que pasaba por ahí y los llevó a los dos a la comisaría. Como se trataba de dos niños, la policía buscó a sus madres y se los entregó sin averiguar qué había pasado.

Eso quizás lo envalentonó, porque unos meses después volvió a las andadas con el mismo modus operandi. Engañó a Ana Neri, una nena de solo 18 meses que vivía en la misma cuadra de su casa, y la llevó a un baldío, donde la tiró al piso y le golpeó la cabeza con una piedra. Por segunda vez, el paso casual de un policía evitó que la matara. El agente devolvió la niña a sus padres y llevó a Cayetano a la comisaría, pero esa misma noche estaba de regreso en su casa. Lo único que hizo el comisario fue mandar a buscar a la madre de Cayetano para que se lo llevara.

El 29 de marzo de 1906, un Cayetano de 9 años tuvo finalmente éxito en sus intentos homicidas, pero nadie se enteró. El modus operandi fue el mismo de los casos anteriores: invitó a jugar a María Rosa Face, de tres años, y la llevó hasta otro baldío, donde intentó estrangularla. La nena todavía respiraba cuando la enterró en una zanja y la tapó con latas.

Para entonces, Fiore Godino no sabía cómo sacarse de encima a su hijo problemático, de cuyo comportamiento en la calle se quejaban todos los vecinos. Menos de una semana después de que Cayetano matara a María Rosa sin ser descubierto, el hombre lo encontró acogotando a sus gallinas. Lo molió a golpes y lo llevó a la rastra hasta la comisaría del barrio. El texto de la denuncia del padre contra su hijo todavía se conserva: “En la Ciudad de Buenos Aires, a los 5 días del mes de abril del año 1906, compareció una persona ante el infrascripto Comisario de Investigaciones, el que previo juramento que en legal forma prestó, al solo efecto de justificar su identidad personal, dijo llamarse Fiore Godino, ser italiano, de 42 años de edad, con 18 de residencia en el país, casado, farolero y domiciliado en la calle 24 de Noviembre 623. Enseguida expresó: que tenía un hijo llamado Cayetano, argentino, de 9 años y 5 meses, el cual es absolutamente rebelde a la represión paternal, resultando que molesta a todos los vecinos, arrojándoles cascotes o injuriándolos; que deseando corregirlo en alguna forma, recurre a esta Policía para que lo recluya donde crea oportuno y para el tiempo que quiera. Con lo que terminó el acto y previa íntegra lectura, se ratificó y firmó. Firmado: Francisco Laguarda, comisario. Fiore Godino. Se resolvió detener al menor Cayetano Godino y se remitió comunicado a la Alcaidía Segunda División, a disposición del señor jefe de policía”, anotó el sumariante policial.

Tenía 11 años cuando empezó a tomar cuanto alcohol quedaba al alcance de su mano, siguiendo los ejemplos de su padre y de su hermano Antonio. La ginebra empezó a potenciar aún más su comportamiento violento. Y también sus ganas de matar.

El 9 de septiembre de 1908 encontró jugando solo en la calle a Severino González Caló, un nene de dos años, y lo llevó hasta una bodega cercana. Una vez adentro, alzó al niño en sus brazos y lo metió en una pileta para caballos, donde intentó ahogarlo. Los ruidos alertaron al dueño de la bodega, Zacarías Caviglia, que corrió y sacó a Severino del agua, ante la mirada impertérrita de Cayetano.

Caviglia llevó a los dos chicos a la comisaría, donde los dos años de Severino salvaron a Cayetano. El nene no pudo explicar lo que había pasado, y El Petiso Orejudo repitió su historia, agregándole detalles. Lo hicieron dormir en una celda, pero al día siguiente lo entregaron a sus padres.

La policía no lo asustaba a Cayetano, porque su necesidad de ejercer violencia sobre otros más chicos que él era mucho más potente que cualquier temor. Una semana después del intento de asesinato del pequeño Severino, la madre de Julio Botte, un nene de 22 meses, encontró a Cayetano metido en su casa, en la calle Colombres, quemándole un párpado a su hijo con la brasa de un cigarrillo. El Petiso Orejudo logró escapar otra vez. La mujer hizo la denuncia, pero la policía no lo buscó.

Estuvo tres años fuera de circulación. En la colonia aprendió a leer y escribir – algo que nunca pudo hacer en su breve paso por la escuela - y también algún oficio. Pero el reformatorio no reforma a Cayetano, o lo reforma para peor. Endeble de físico, pasó todo ese tiempo soportando las agresiones de los otros internados.

El Petiso Orejudo – como lo llamaban en el barrio – había cumplido 15 años hacía menos de dos meses cuando volvió a la calle. Su padre le consiguió trabajo en una fábrica, pero duró menos de un mes en el empleo. Faltaba seguido, llegaba borracho, trabajaba mal y provocaba a los otros obreros.

Cometió su primer asesinato del año el 26 de enero, cuando llevó a Arturo Laurora, de 13 años, a una casa vacía de la calle Pavón y lo estranguló con una soga. El cadáver, semidesnudo, fue encontrado por el dueño de la casa cuando llegó para mostrarla a un potencial inquilino. La policía no encontró pistas sobre la identidad del autor del crimen. Si se la conoce es porque El Petiso Orejudo lo confesó después.

El 7 de marzo prendió fuego el vestido de Reyna Bonita Vainicoff, una nena de cinco años. Sus padres la llevaron inmediatamente al Hospital de Niños, donde agonizó durante 16 días sin que los médicos pudieran salvarle la vida.

Una semana más tarde, el 16 de noviembre, llevó a Carmen Ghittone, de tres años, a un baldío y le golpeó la cabeza con una piedra. Los descubrió un policía cuando estaba estrangulándola y lo obligó a escapar. No lo atraparon.

Las autoridades ya buscaban al Petiso Orejudo cuando éste cometió su último crimen, el que lo haría caer. Fue el 3 de diciembre de 1912. La mañana de ese día, utilizando su clásico modus operandi de engaños, se llevó a Jesualdo Giordano, un nene de 3 años, de la puerta de su casa en la calle Progreso 2185. Le prometió comprarle caramelos en un kiosco cercano, le dio uno y le dijo que le daría más si iba con él. Así consiguió llevarlo al lugar que se conocía como la Quinta Moreno, donde hoy se levanta el Instituto Bernasconi.

Lo alzó en brazos, le metió en la quinta y lo llevó hasta el horno de ladrillos, donde volvió a usar la soga tenía como cinturón para estrangularlo. Pero Jesualdo seguía respirando, de modo que recogió un clavo oxidado que había en el piso t se lo clavó en la cabeza utilizando una piedra como martillo.

Lo perdió – como a muchos delincuentes – la necesidad de comprobar las consecuencias de su crimen. Esa misma noche, El Petiso Orejudo fue el velatorio del niño. Quería ver si todavía tenía el clavo en la cabeza, le confesó después a la policía. Cayetano estuvo un rato parado a lado del cajón y de pronto estalló en llanto y huyó corriendo. El padre del niño reconoció al pibe que había visto en la Quinta Moreno y sospechó.

“¿Siente usted remordimientos por lo que ha hecho?”, le preguntó a Cayetano Santos Godino uno de los psiquiatras forenses que lo entrevistaron durante el proceso penal.

Los forenses y los criminólogos se peleaban por hablar con él: se trataba de un caso siniestro y fascinante que parecía salido del manual de Césare Lombroso. Ninguno dejaba de tomar nota sobre la forma de sus orejas. “Priman en él los instintos primarios de la vida animal con una actividad poco común, mientras que los sociales están poco menos que atrofiados. Es un tipo agresivo, sin sentimientos e inhibición, lo que explica su inadaptabilidad a la disciplina didáctica. Ofrece del punto de vista físico, diversos estigmas degenerativos, los más característicos del tipo criminal”, anotó uno de los expertos, Víctor Mercante, luego de entrevistarlo en noviembre de 1913.

Mientras tanto, la Fiscalía había apelado la sentencia y la Cámara de Apelaciones en lo Criminal resolvió Santos Godino fuera confinado (mientras no hubiera asilos adecuados) en una cárcel, por lo que lo trasladaron a la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras.

Hoy, en las viejas instalaciones de la vieja “cárcel del fin del mundo” funciona un museo penitenciario donde se reproducen las condiciones en que vivían los presos, tanto los políticos como los comunes. Entre sus atracciones hay una celda que aloja a un muñeco de cera de tamaño natural que representa a Cayetano Santos Godino. Dicen que es la misma donde encontraron al Petiso Orejudo sangrando y en agonía el día de su muerte.

Fuente: telam

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