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06/06/2024

Fui, vi y escribí: El sacrificio de Iryna

Fuente: telam

En tiempos de guerra, aún cuando las vidas están en riesgo, hay personas que piensan en el destino de las obras de arte y de los objetos históricos. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

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Trailer de "Francofonía", de Aleksandr Sokurov.

Aunque debía ocuparse de conseguir la mayor cantidad de obras de arte posible de museos y colecciones privadas, Wolff-Metternich no hizo la tarea que le encomendaron y, por el contrario, colaboró con las maniobras dilatorias de Jaujard, lo que derivó en que, insatisfechos con sus funciones, fuera llamado de regreso a Alemania en 1942. Como otros aristócratas, Wolff-Metternich no pertenecía al partido nazi y sí era un amante del arte. En 1952, por sugerencia de Jaujard, el presidente francés Charles De Gaulle le otorgó al noble la Legión de Honor.

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Joseph Obeli, de origen armenio, fue el director del Museo del Hermitage que planificó la evacuación de los dos millones de piezas de la colección, ante el avance de los nazis, en 1941.

Salven al Hermitage

Hitler había ordenado destruir completamente la ciudad y también a sus habitantes. El sitio nazi de Leningrado (hoy San Petersburgo) tuvo lugar entre septiembre de 1941 y enero de 1944 y no solo fue el asedio más hostil de la Segunda Guerra Mundial sino que está considerado —razonablemente— como uno de los episodios históricos más dramáticos, por la cantidad de muertos (alrededor de un millón de personas) y los daños materiales.

Los alemanes invadieron la Unión Soviética en junio de 1941 y, en apenas diez días, autoridades y curadores de la Galería Tretiakov y del Museo Pushkin de Moscú habían conseguido evacuar fuera de la capital a la mayoría de los objetos valiosos de sus colecciones, algunos de ellos, obras monumentales.

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La Galería Tretiakov de Moscú consiguió evacuar su colección en diez días, cuando los nazis estaban por entrar a la Unión Soviética.

En Leningrado, la colección del Museo del Hermitage —complejo que tiene como edificio principal el antiguo Palacio de Invierno, donde residían los zares— estaba conformada por alrededor de dos millones y medio de objetos y si las cosas salieron bien en materia de protección, evacuación y preservación tuvo que ver en primer lugar con la incansable tarea de su director, el armenio Joseph Abgarovich Orbeli, pero también por otros factores.

Uno de ellos, que en las últimas etapas en las que la colección era propiedad privada, los Romanov no hicieron grandes adquisiciones ni aportes, no había en ellos la misma inclinación al arte que tuvo en su momento Catalina la Grande, quien en 1764 compró una colección de 225 cuadros de pintura neerlandesa y flamenca en Berlín —en realidad, el propietario las envió como pago por sus deudas con el fisco ruso— con la que dio inicio a la formación de la que hoy es una de las mayores pinacotecas del mundo.

Ahí va la explicación de por qué terminó siendo positivo que durante tanto tiempo no hubiera compras: porque durante ese tiempo, curadores y expertos pudieron catalogar, organizar y clasificar todo el patrimonio, algo que terminó siendo clave cuando Orbeli comenzó a planificar la evacuación de la colección ante el avance de los nazis.

Por razones que no se conocen, ya en 1937 Orbeli había mandado a hacer a través de un equipo de carpinteros especiales una enorme cantidad de cajas de diferentes tamaños. Cuando comenzó la guerra, en 1939, las cajas llegaron al Hermitage: cada empleado contaba con las indicaciones para proceder a embalar y guardar las piezas y también los caminos que debían seguir en esa ruta de evacuación.

Según la investigadora principal del Departamento de Historia y restauración de monumentos arquitectónicos del Hermitage, Svetlana Yanchenko, “todo estuvo muy bien planificado: se preparó toda la documentación necesaria con anticipación, se creó un cronograma para el pedido y el lugar de embalaje, se desarrolló una ruta para su transporte: qué escaleras bajar, por qué escalera y las secuencias para subirlas y así sucesivamente”.

En junio de 1941, cuando las tropas rusas se acercaban a la URSS, Orbeli pidió autorización para evacuar las obras pero Stalin se la negó, bajo el argumento de que no convenía mover nada para no dar imagen de derrota o desesperación. Orbeli indicó a sus equipos proceder a acomodar las obras en las cajas. Cuando finalmente Stalin autorizó la evacuación, medio millón de piezas ya estaban empaquetadas y se había ganado un tiempo precioso para poder salir de la ciudad.

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La exquisita colección del Museo del Hermitage fue iniciada por la zarina Catalina La Grande. (REUTERS/Anton Vaganov)

En su diario personal, Orbeli anotó: “El 22 de junio de 1941, todos los empleados del Hermitage fueron llamados al museo. En el embalaje participaron investigadores, personal de seguridad y empleados técnicos, y no dedicaron más de una hora al día a comer y descansar. Y a partir del segundo día, cientos de personas que amaban el Hermitage acudieron en nuestra ayuda... Tuvimos que obligar a esta gente a comer y descansar: querían más al Hermitage que a su propia fuerza y salud”.

El 1 de julio partió hacia Sverdlovsk (Ekaterimburgo), en los Urales, el primer tren llevando parte de la magnífica colección: casi treinta vagones. Por motivos de seguridad, no se les dijo a los maquinistas el destino final del tren. Hubo un segundo envío con 700 mil piezas y ya no hubo más: cuando se disponían a un tercer viaje en tren con las obras, las tropas nazis habían cerrado todos los accesos a la ciudad.

Los objetos restantes fueron trasladados a los pisos inferiores, al sótano y a refugios antiaéreos construidos apresuradamente, en donde también encontraron refugio empleados del museo con sus familias y otras personas del ambiente académico y cultural. Durante el sitio de Leningrado, más de 2.000 personas vivieron en esos refugios imperiales y Orbeli organizaba, incluso en los momentos más dramáticos, algunas visitas y veladas de poesía.

Hay una anécdota que leí en un sitio del experto y coleccionista Miguel Bermúdez y que me encanta. Ludmila Voronikhina, historiadora del arte del Hermitage, lo cuenta así: “En invierno, reventó una tubería y el agua helada inundó el sótano. Un equipo de ancianas guías del museo acudió al rescate, bajaron al lago subterráneo helado en total oscuridad, y fueron con cuidado con botas de goma para evitar aplastar los jarrones sumergidos, las vajillas y las pastoras de Meissen (N. de la R.: figuras de porcelana) bajo sus pies”.

El 10 de octubre de 1945 todas las obras de arte que habían sido evacuadas regresaron al Hermitage.

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Trailer de "El arca rusa", de Aleksandr Sokurov

Fui dos veces a San Petersburgo, en viajes por coberturas y por mis libros. En ambas oportunidades visité el Hermitage: creo que no hay lugar en el mundo que me resulte más fascinante que ese complejo compuesto por cinco edificios, esas obras de arte y toda la historia que hay detrás.

Son 22 mil metros cuadrados, 24 kilómetros de galerías, 1786 puertas y 1945 ventanas. Allí está la célebre y voluptuosa escalera de San Jorge, aquella que transitaban los diplomáticos y nobles en tiempos de esplendor social y que la cámara de Aleksandr Sokurov inmortalizó en El arca rusa. No podés dejar de ver esa película, si aún no lo hiciste.

Esta
Esta es la foto que tenía en su portada de Facebook Edgardo Cozarinsky. De una visita a Clara, en Entre Rios. Su padre nació en las colonias judías de esa provincia.

Cozarinsky, un autor indispensable

No puedo terminar este envío sin hablar de Edgardo Cozarinsky, un artista excepcional, un intelectual refinado y un hombre generoso. Cozarinsky murió el domingo, a los 85 años. El cáncer lo acorralaba desde 1999, pero con su clásica elegancia fue dilatando la cita con la muerte y convirtió ese plus de vida en plus de obra.

Cineasta, narrador, ensayista y crítico, se interesaba por la historia, la cultura, el arte y la política. Conversar con él era asistir a un festival de sabiduría, experiencia y curiosidad, porque nunca perdió las ganas de saber y de conocer más sobre aquello que le interesaba.

Ilustro este recuerdo con una foto de Edgardo en Clara, Entre Ríos, allí donde nació su padre y también nació mi abuelo —una de esas coincidencias de las que conversábamos, champancito o café de por medio— y aprovecho para recomendarte su película Carta a un padre, que puede verse en Youtube, y en donde recupera esa parte de su historia familiar en un registro lírico, sensible, hermoso.

En estos años escribí sobre sus últimos libros y también conseguí arrancarle una entrevista, por Turno noche, una de sus novelas. La noticia de su muerte, como a muchos amigos y colegas, me llevó a releer algunos de sus libros, un ejercicio que nos ayuda a despedirnos mejor, me parece.

Dos datos, por si aún no leíste a Cozarinsky y querés hacerlo.

Algunos
Algunos de los libros de Edgardo Cozarinsky.

Su libro La novia de Odessa es hermoso (el cuento que lleva el nombre del libro me sigue resultando deslumbrante) y su Museo del Chisme, que reúne su ensayo sobre lo que llamaba “el relato indefendible” y una serie de miniaturas deliciosas sobre personajes diversos y situaciones insólitas, es ese libro que necesitamos tener siempre en la mesita de luz para recurrir a él cada vez que el cielo parece caerse sobre nosotros.

Y ahora sí te digo chau y también te digo gracias por tantos mensajes cálidos y hermosos. Te recuerdo mi mail, es [email protected].

Las imágenes que acompañan este envío son de Iryna Osadcha (una fotografía y una pintura de un autor desconocido por mí), de lo que quedó del museo que ella dirigía, de su funeral, del rescate del Louvre, un retrato de Joseph Orbeli, director del Hermitage que dirigió la evacuación de la colección y la hermosa foto que Edgardo Cozarinsky tenía como portada de su cuenta de Facebook.

Te deseo de corazón que pases una buena semana. Estamos viviendo todos momentos muy difíciles y de mucha hostilidad; elijo pensar que seguramente tenés cerca amores y gente querida que te ayudan a sosegar esta nueva temporada argentina en la incertidumbre.

Hasta la próxima.

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